SEAN PENN es un tipo que nunca me ha caído bien; las películas todo flash back no son ni mucho menos mi pasión; y las críticas a INTO THE WILD, película dirigida por Sean Penn y montada en un continuo flash back, tenía tantas críticas entusiastas como demoledoras. Pues bien, como los usuarios de la spyMUSIC saben, primero fue descubrir la banda sonora de EDDIE WEDDER (v spyMUSIC 9ab14) y luego, la película. ¿Y sabéis que os digo? Pues que por mí, tres*** estrellas spyCIN. Que me gustó mucho. Que pasé una muy buena y larga velada viéndola (anotad lo de larga si decidís verla, porque hay que estar preparado para ello: nada de sueño ni prisa).
Puede que tengan algo de razón los críticos cuando dicen que los personajes secundarios de la película no están demasiado dibujados, pero coño, por eso son secundarios ¿no? En realidad el problema es que personaje sólo hay uno y solitario, y que eso puede llegar a cansar un poco, pero el contrapunto con la grandeza de la geografía norteamericana lo resuelve con creces. Y por si con esos dos elementos protagonistas no fuera suficiente, ahí está la música como tercer sólido pilar de la película. Con sólo tres cosas puede que no sea redonda, pero al menos es triangular, ja ja ja, y con tres buenas patas se logran tres estupendas estrellas.
El motor de la película, no os equivoquen los malos comentaristas, no es la búsqueda de la naturaleza ni la nostalgia del hippismo, cuyos restos se va encontrando el protagonista por el camino; no, el motor de la película es la situación familiar, la mentira y la hipocresía del recinto en donde se forma uno, de modo que la huída en este caso no es un acontecimiento generacional (como en el hippismo) sino una fuga trágica y personal.
Lo que pasa es que en esa fuga el protagonista no sólo se encuentra con los restos sociológicos del hippismo, sino que también participa de ese otro tipo de fuga aventurera que ahora se da a tiempo parcial y con altas dosis de consumo de marcas deportivas. Pero como nadie anda por la nieve ahora sin raquetas o esquís ni se mete a los rápidos de un río sin casco y seguros a todo riesgo, las aventuras del joven que en realidad solo huye de casa y del dinero tienen un toque como irreal y arcaico. Unas puestas en escena que pueden llegar a confundir si alguien se pierde el hilo central de la historia, cosa que a mí por lo menos, me parece incomprensible.
De todos los personajes secundarios, el que más emotivo es el de KATHERINE KEENER, aunque muy a mi pesar, su media docena de gestos entrañables no le dan derecho aún a subir a los cielos como diosa spyCIN. También son simpáticos el marido de KATHERINE (en la foto de arriba) y los otros dos personajes masculinos con que se topa en su deambular por los grandes espacios abiertos, el del recolector de trigo y el militar jubilado, tipos de una América profunda que es como una gigantesca mina que no para de dar extraordinario material humano, o cuando menos, cinematográfico.
Lo que menos gracia me hace de la película es que está basada en hechos reales, que es una tragedia que sucedió, y no una ficción. Que es un biopic, un documental épico. Es decir, que duele saber que esa historia fue de verdad, y que la película no es un espejo construido por la imaginación (un don Quijote), sino algo así como una triste noticia contada con cierta grandilocuencia y no poca belleza.
Yo desde luego que recomiendo verla y sobre todo, disfrutar luego, muchas veces, del soundtrack de Eddie Wedder, recordando acaso ese par de grandes frases que marcan la inutilidad de su tragedia: que amar es perdonar y que la verdadera felicidad es la que se comparte.
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