Peliculón de tres horas y dos estrellas **que aún se ve sin pestañear. Tiene un arranque formidable: el del chófer alemán que lleva a juez de Nuremberg en un supercoche descapotable humillando por las calles a los desgraciados peatones o ciclistas que pululan entre las ruinas. La ambientación de la devastación urbana es demoledora. Perfecta. Por lo demás enseguida nos metemos en espacios cerrados para dejar claro que se trata de una película de género judicial, es decir, de juego y espectáculo del logos en el ambiente de una noble sala de un Palacio de Justicia, pero que trasciende el campo del crimen elemental, el crimen humano, para llegar al territorio del crimen político, el crimen ahora llamado contra la Humanidad, en el que las responsabilidades de las personas se diluyen en el cuerpo social. Juzgando algo tan evidente y de tan amplia magnitud no se acaba de entender que en la película se gastaran tantos metros en descender a casos personales y que el juicio se prolongara ocho meses, pero al final ese es el quid de la cuestión, la clave de la Verdad en la Justicia: que es la primera infracción, no tanto a la ley como a la moral, lo que desencadena todo lo demás. Ese descenso a lo personal le viene muy bien a la película, pues rellena la estructura de los protagonistas (el juez, los abogados, el principal acusado, etc)...
...con un reparto de lujo en los secundarios, es decir, los testigos o los ambientales: Montgomery Clift, Judy Garland o Marlene Dietrich.
El nacismo es un tema de reflexión que no cesa. Una realidad a la orden del día en nuestro propio país. Y aunque las calles y pueblos de Cataluña estén cobrando reciente protagonismo en el renacimiento del término con la exhibición de tanta bandera naci-onalista (con triste eco en el resto de España, todo hay que decirlo), el mejor escenario del mundo para pensar sobre la locura colectiva es sin duda el Zeppelinfield de Nuremberg, el lugar por donde pasea el provinciano juez norteamericano: ese modesto hombre medio que una vez más encarna al héroe cinematográfico que mueve las palancas de la moral y del mundo. Ese lugar que encontramos tan abandonado cuando fuimos por primera vez a Nuremberg... (Por cierto, ahora que me acuerdo, creo que no hice reseña de la película de Leni Riefenstahl cuando la vimos entera el pasado invierno/, ayyyy, que flojera la de este año!).
Como no tenía aún puesta al etiqueta de Stanley Kramer en este blog, ahí va su foto. Volveremos pronto a él con su famosa "El mundo está loco, loco, loco".
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